¿Cuántos recuerdos
vienen a mi memoria? El recuerdo de la madre que hace poco acunaba mis
sueños, de la densa neblina del tiempo, de un llanto contenido por los
que ya no veré, por los que habitaron mi vida y evocarán mi recuerdo.
Por los primeros pasos de hijos que no sostendré en mis brazos... por
las pequeñas vocecitas que no pronunciarán mi nombre... por las
palabras de amor que no escucharé... por los planes futuros que no
llegarán a concretarse. ¿Miedo? no a la muerte. Más bien tristeza por
lo que viene. No al dolor por lo que dejaré sino al que sentiré cada
vez que se olvide y pisotee mi sacrificio.
Se escuchan los gitos de la muchedumbre
enfervorizada. Los cuerpos de los míos, diseminados por la plaza,
anticipan mi destino. Pero, ¡Fuerza y valor! Los hombres que mueren son
los que se dejan vencer por la adversidad y no los que inmortalizan la
dignidad del que mira de frente sin bajar la vista y se humilla ante el
adversario en las batallas de la guerra y de la paz.
Han pasado horas de angustia y tensión.
Mientras disparo asalta mi mente la pregunta ¿Cuándo será mi turno?
¿Hasta dónde llegará el sacrificio de esta terrible prueba del
destino y de la historia?
Caen los amigos y compañeros de sueños y
batallas. No hay nada que hacer. ¡Oh, Señor! ¡Cuánta sangre...!
¡Bandera,... ¡Cúbreme! ¡Ampárame! ¡Protégeme! ¡Guíame! Estoy
tan lejos de la Patria, lejos del vino de su tierra, del trigo de sus
campos, del polvo de sus caminos, de las lágrimas de lluvia que
humedecen sus mejillas. Es mi turno. Sólo quedo yo y mis cuatro
soldados. Señor, oigo tu voz que me llama. Mi espada reluce. ¿Luzco
bien, Señor? Voy a tu encuentro... Cuida a mi madre y a este amor
juvenil que pretende atarme a esta vida. Una cosa más, Señor.
Cuida esa bandera. Deja que vuelva a la Patria para ser venerada por sus
hijos. Invicta... Noble... Eterna.
Prof. Flavio Cuevas Marín |
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Es tarde. La penumbra
envuelve las escalas y los muros y se apega al tiempo y al espacio.
¡Buenas noches, profesor! Cortés y firme la voz del oficial quien con
su casco prusiano y su sable va apurando a los cadetes a cumplir sus
funciones y deberes de las últimas horas del día, se hace oir.
¡Cuántos recuerdos se agolpan en la mente!
Desde aquél grupo de quinto años de alféreces ingenieros que
contestaban gallardamente al saludo cotidiano ¡Good morning, officers
of the chilean army! !Good morning, sir! A los cadetes niños que
temerosos llegaban al laboratorio de idiomas de la 1ª Compañía a
aclarar dudas.
Fluyen como un río incontenible los recuerdos
de los primeros desfiles, las primeras campañas y preparaciones, los
primeros sones de Radetzky en los aires de la primavera septembrina de
la patria.
Toca el clarín el silencio. Ya es la hora del
descanso. La piedra y el bronce duermen. El frío taladra los huesos,
pero, tibio, el espíritu se reconforta. He encaminado mis pasos una vez
más... por los pasillos de la Escuela.
Flavio Cuevas Marín (Prof.
de la Escuela Militar) |
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